miércoles, 3 de junio de 2009

Osaka

Fukuoka pasó por mi itinerario sin pena ni gloria. Es que es difícil competir contra un gigante como Tokio, pero debo decir que Osaka la rema bien. Es una ciudad linda, con movimiento, y por estar entre ríos tiene puentes y reflejos, y, como todo en Japón, luz, mucha luz. Los japoneses de Tokio y los de Osaka están hechos definitivamente de distinta madera: los de Tokio son cubitos hiperestructurados, incapaces de romper reglas, y siempre marchando a mil sin parar. Los de Osaka van más tranquilos por la vida, pero te cruzan con roja, y rompen reglas.

Caminando por la vereda Sole, Carla, Caro, Celso y yo, pasó un ciclista que golpeó a Carla a toda velocidad. Cuando ella reclamó, él frenó y se bajó furioso de la bici, insultando. Celso le hizo frente pero por suerte lo convencimos de que quedara por esas, porque el Japonés estaba realmente pasado. Las bicicletas suelen ir por las veredas y es un problema para nosotros que no estamos acostumbrados, pero justo en ese sector de la ciudad, separada por un generoso cantero, estaba la ciclovía. O sea, el ponja estaba en infracción. En Tokio es algo inimaginable.

En general, igual, son super amables y quieren ayudarte a toda costa, pero es sorprendente su nulo sentido de la orientación. No entienden los planos de las ciudades en las que viven, no tienen noción de las distancias y desconocen edificios importantes (ejemplo: una universidad) que están a 5 cuadras de nuestra posición.

Visitamos Kyoto, una ciudad no tan vecina pero a 10 minutos en tren bala, y estaba linda también, es famosa por sus templos sintoístas y algunas obras de arquitectura moderna.

Me queda un día y medio ya de Japón, en la tarde del viernes ya acampo en el aeropuerto para tomar el vuelo a China… Ya veré qué esperar de China. Estoy muy acostumbrada a la limpieza, la puntualidad, la amabilidad y a estar super segura por la calle, con cámara y billetera de una manera que jamás estaría en Montevideo. Ya sabremos…

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