lunes, 19 de octubre de 2009

volviendo al paisito

Cuando supe que el vuelo New York-Buenos Aires no saldría y que yo llegaría 24 horas más tarde de lo previsto, me enojé y la peleé por donde pude, pero cuando vi que no iba lograr cambiar nada, me frustré y lloré. Mis compañeros de infortunio no podían entender cómo, después de casi 5 meses lejos de casa, me generaba tanto disgusto un día más.

El viaje fue excelente de principio a fin, conocí todo tipo de lugares, viví distintas experiencias, crecí, pero también, durante el último día en New York, recorría mentalizada que en pocas horas estaría en mi casa, ya había bajado la cortina del viaje. Se me hizo eterno el regreso, pero ya estoy acá, en Montevideo, rodeada de mi familia, agendando citas con amigos, abrumada de campaña política y tratando de ponerme al día con mi equipaje y las cajas de envíos que hice.

Aún en plena adaptación y luchando por organizarme un poco, quería sentarme a escribir unas líneas, a cerrar este blog que me sirvió para comunicarme durante mi viaje, y agradecer de corazón a quienes me ayudaron para hacer esto posible. Gracias por darme la oportunidad de vivir la experiencia de mi vida, y gracias por acompañarme en cada tramo.

¡Nos vemos en la vuelta!

New York

La idea original era terminar el viaje en Barcelona, pero en vista que iba a hacer escala sí o sí en New York,decidí cambiar pasajes y regalarme 3 días al menos en la ciudad que nunca duerme.

New York y yo nos vimos las caras 3 veces: la primera vez yo era una niña de 9 años, la segunda una adolescente de 14 y ahora, la tercera, una adulta de 26. Podría decirse que la ciudad siempre fue la misma y sólo yo fui cambiando, pero no, siempre es distinta. Con 9 años, con el frío de noviembre y en Thanksgiving, Nueva York se preparaba con luces para recibir la Navidad, con juguetes que ni había imaginado jamás, y rascacielos que no tenían fin. Con 14, fui en pleno verano, y aunque Toys R us me siguió pareciendo imponente, me llamaban más las tiendas de ropa que los juguetes. El Rockefeller Center ya no era una pista de patinaje, era una plaza como cualquier otra, y al Empire State subí de día. Además fui a ver Cats, en Broadway.

Ahora, con 26, el gran cambio es evidente: la ausencia de las torres gemelas en el Downtown. Hoy se ve la obra de lo que parece va a ser un gran edificio, lleno de maquinarias, hormigón, grúas,como he visto tantas veces antes... es cuando recuerdo a las torres, cuando recuerdo acostarme en la plaza boca arriba para lograr que entraran en mis fotos, que entiendo lo que está faltando en ese espacio, y me impresiona.

También me di cuenta que Toys R us me sigue impresionando aún de adulta, que la pista de patinaje del Rockefeller Center es mucho más pequeña de lo que recordaba, que cambiaron los carteles de "walk" y "don't walk" por macacos que cruzan o una mano roja, que Little Italy es cada vez más little y menos Italy, que el tránsito de Manhattan ya no me pareció tan... transitado. Me di cuenta de que sigue siendo fascinante, pero ya no la encuentro tan mosntruosa, tan gigante. No sé si es que yo crecí, o que vi tantas ciudades a esta altura...

Una cosa que sí me impactó, es la cantidad de latinos. Sé que los hay en cantidad en Los Angeles, y ni qué hablar de Miami, pero en New York... siendo tan enorme y cosmopolita, supuse que ahí estarían más "diluídos". Lo cierto es que pasé de ver carteles que decían "se habla español", a ver que cada cartel, hasta los del municipio, los del transporte público, es bilingüe. La ciudad de New York se ha vuelto bilingüe, y la cantidad de gente que habla español es IMPONENTE. Creo que el tradicional yanki neoyorquino está en peligro de extinción.

En tres días me dio para hacer visitas relámpago a cosas que quería volver a ver, y otras que conocí estando en facultad y me moría por conocer, como el edificio Seagram o el Guggenheim, pero está claro que lo mío fue un repaso, una comparación con la realidad frente a lo que recordaba, pero se necesita más tiempo para ver a pleno esta ciudad y todo lo que tiene para ofrecer. Espero que las vueltas de la vida me vuelvan a dejar por ahí en el futuro.

Barcelona

La duración del viaje depende directamente del dinero que se haya recaudado con la venta de rifas. En mi caso particular, la nafta se me estaba acabando, y ya desde Montevideo, decidí que no iba a irme sin haber conocido una ciudad en particular: Barcelona.

La capital catalana siempre tuvo algo que me resultó atractivo, siempre fue vanguardista, revolucionaria, y el clima mediterráneo sólo sumaba puntos. Así fue que me fui de Italia a Barcelona. Pasé del descanso y la vida familiar a la rosca de las guías de viaje, los cronogramas para recorrerlo todo y volver a usar el maldito cinturón de viaje. Pero no fue retomar el viaje que ya venía haciendo, porque estaba sola, con mis tiempos, mis ritmos, sin carpas, sin camioneta. Fue otro subviaje dentro del gran viaje, la última etapa.

Después de lo del abuelo, sinceramente no quería continuar viajando, pero al llegar a Barcelona, supe de inmediato que me iba a gustar y a interesar. Tras una semana de tranquilidad en pequeños pueblos italianos, volvía a la adrenalina de una metrópolis, una ciudad joven, movida, y que tiene a la vez gente que camina vestida de marca de pies a cabeza y gente que de chancletas y bikini acaba de regresar de la playa, como en Copacabana.

Lo que me resultó extrañísimo y me tomó tiempo acostumbrarme fue...¡hablar español! Es la primera vez en meses en que estoy en un país que habla mi lengua, en el que no tengo que pensar la pregunta en otro idioma ni usar señas, sólo es hablar, preguntar como si estuvieras en 18 y Ejido.

A diferencia del resto de Europa, en donde caminaba tranquila, en Barcelona estuve muy atenta. Además de ser por estar sola, España se ha ganado la fama de ser uno de los países del viaje en donde más probable es que te roben. Y en 4 días de estadía escuché de muchos robos a mi alrededor, incluyendo adentro de un supermercado. Claro, es un temor y un estar alerta muy diferente al de Montevideo: en Barcelona son oportunistas, que si te ven distraida te abren la cartera. En Montevideo te confrontan y amenazan, es mucho más agresivo. Supongo que es también porque los carteristas españoles son más hábiles, y el uruguayo ha decaído tanto que ni se esmera en robarte con destreza, te amenaza y es más fácil. Ya no son rateros, son directamente chorros..

Pero volviendo a Barcelona, lo cierto es que me atrapó. Clima de verano aún en octubre, playa, lindo mar, puerto, lindas calles, la rambla (la de ellos, no nuestro concepto de rambla), y, por supuesto, las obras de Gaudí, que dejaron una impronta en la ciudad, y, obviamente, abrieron cancha para el merchandising de todo tipo de artículos! No sólo del Modernismo vive Barcelona, también en la arquitectura contemporánea tiene buenos aportes, y es uno de los pocos ejemplos de buen urbanismo, con aciertos plan tras plan, cosa rarísima. En Barcelona se pone mucha cabeza, mucho diseño para todo. Siempre se innova, se reinventa... y siempre funciona!

sábado, 10 de octubre de 2009

Borgio Verezzi


Al Norte de Italia, cerca de la frontera francesa, me esperaba la familia Caro. Concretamente en Borgio Verezzi, una ciudad de unos 2 mil habitantes y que funciona como ciudad balneario, con una playa muy linda y un pueblo medieval precioso, incluso laureado como "uno de los más bellos de Europa".

Las distancias son muy pequeñas, al punto que la urbanización sobre la costa no termina y son carteles los que indican que se salió de una ciudad y se entró en otra, algo así como nuestra Ciudad de la Costa. Así, casi sin notarlo, visité Pietra Ligure, Finale Ligure, Finalborgo, Alassio, Santa Margherita y Portofino, entre otras ciudades costeras, y ciudades ya más importantes, como Savona y Génova. Me tocaron días calurosos, hasta demasiado estivos para esta época del año. Si bien no lo vi, me contaron cómo es diferente el invierno en las distintas ciudades lígures, según si están en la costa o en la montaña, aún a menos de una hora de distancia entre ellas.

Descubrí que muchas cosas en Uruguay que asumimos como "italianas" o quizás ni eso, son específicamente lígures: la pasta con pesto, la torta pascualina, y la farinata. Si no saben qué es esto último, yo tampoco lo reconocí por su nombre italiano, sino por su nombre en dialecto lígure: fainá.

Recordando viejas anécdotas de su visita a sudamérica, descubrí que algo tan artesanal y tan cotidiano para mí como son las empanadas, dejaron en ellos un recuerdo imborrable. Y yo, a mi vez, probé castañas asadas, cima (parecido a nuestro matambre) y disfruté de la temporada alta de los funghi porcini. Me queda como pendiente visitarlos en invierno, para ir a las montañas. No pueden creer que yo, como la inmensa mayoría de los uruguayos, jamás haya visto nevar.

Me fui reafirmando que los afectos perduran a pesar de las distancias y los años, y que este lazo que creó una vez el abuelo va a mantenerse. "La familia siempre unida".

Hace unos 50 años, aprovechando un viaje a Europa, mi abuelo llevó un manojo de cartas y fotos viejas, y sin saber con qué se encontraría, golpeó la puerta de una casa de familia en el Norte de Italia. La familia Caro. Desde ese entonces ha sido cartas que van, llamadas telefónicas que vienen, visitas a ambos lados del océano, y para las nuevas generaciones, fotos digitales y mails.

Así fue siempre el abuelo, un creador de vínculos y afectos. Por eso, cuando recibí la noticia más triste de mi vida, me sentí acompañada. Aún estando a miles de kilómetros de casa, estaba rodeada de familia, de personas que viviendo sus vidas del otro lado del mundo, lo conocieron y lo quisieron mucho.

Si bien estoy triste, creo que por ahora sólo me afecta la idea de su ausencia. No va a ser hasta que se acabe esta fantasía del viaje y regrese a casa, a mi vida montevideana, que entienda la magnitud de su falta, la dimensión de ese vacío. Hace días que estoy intentando escribir algo, pero nada me conforma. No encuentro las palabras para homenajearlo, para expresar lo importante que fue el abuelo Mario para mí. A él le debo buena parte de lo que soy, con sus charlas, sus enseñanzas, sus ejemplos. Desde aprender a columpiarme sola en la hamaca verde de la casa de Atlántida, hasta los valores fundamentales, la importancia del estudio, del trabajo, la autosuperación, la familia. Le debo incluso buena parte de este viaje.

Toda la familia va a vivir un antes y un después, pero si hay algo que aprendimos del abuelo, son frases como “¡a no aflojar nunca!” y “¡siempre para adelante!”, como vivió siempre él, con optimismo y una fuerza increíble, admirable. Era energía pura que contagiaba todo, una cosa inmensa. Seguimos para adelante, sin aflojar, pero extrañándote mucho.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Bajo el sol de Toscana

Tras la visita a Gaeta, continué viaje hacia el Norte, en la Liguria, donde me espera la familia Caro, de parte de mi madre. Pero ya que debía ir del Lazio a la Liguria, quise hacer una parada en la Toscana, y conocer Siena. La idea era pasar un día, dormir en algún hostely seguir, pero resultó que Pasquale, mi compañero de salidas en Gaeta hace 6 años, estaba trabajando muy cerca de ahí, haciendo vinos en Montalcino. Así pues, todo redondo, me saqué el gusto de conocer Siena y a su vez, no me quedé con las ganas de encontrarme con Pasquale.

Siena es una ciudad lindísima, y al tener la peculiaridad de conservar aún las murallas medievales que la circundaban en el medioveo, está protegida del paso del tiempo, el tren, los buses, la ciudad moderna son cosas ajenas, que no penetran el perímetro amurallado. La Piazza del Campo no es sólo la clásica postal, es lugar de reunión de visitantes y locatarios, que descansan al sol, estudian, leen, o toman algún vino, algún helado. El Duomo es espectacular, los trabajos en los pisos son tantos, que uno pasa por estrechas pasarelas que quedan como espacio residual entre ellos, para evitar que se sigan desgastando. Y la ciudad entera, con sus banderas de los distintos barrios, las callecitas estrechas… uno se pierde caminando con gusto.

En Montalcino conocí a los compañeros de trabajo de Pasquale, todos muy simpáticos y de distintas procedencias. Pasquale trabaja en un lugar que es tal cual las postales de Toscana, las colinas con arbolitos, campo y viñedos, y las casitas antiguas, realmente hermoso.


Gaeta

Tras 4 meses y medio de viaje, finalmente llegué a un lugar que no me era extraño y nuevo, por el contrario, me era más que familiar. Gaeta me hospedó durante un mes hace 6 años, y ahora, durante tres días, volví a vivir con la familia Scalesse, la familia de mi abuela paterna.

Los niños crecieron, los adolescentes se mudaron a estudiar a otras ciudades, y mis coetáneos, o mayores que yo por pocos años, se casaron y construyeron nuevas familias. Los primos de mi abuela me dicen “qué viejos debemos estar!”, pero yo los encontré iguales. Incluso la tía de mi abuela, que en 3 meses cumple 99 años, está igual y hasta en ciertos aspectos, mejor que cuando la conocí.

Pude aprovechar un veranillo e ir a la playa de Serapo, y por supuesto, visité la Montagna Spaccata, la via Independenza, el Lungomare, el Monte Orlando… y como siempre, las grandes comilonas a base de pescado, berenjenas, tiella y la infaltable mozarella di buffala.

Con estos tiempos modernos y los vuelos las distancias un poco se acortan, pero como dice Lina, “mi abuela mandó a su hija al fin del mundo”, y es verdad, qué lejos que estamos. Por suerte, las nuevas generaciones continuamos el contacto, el rapporto, y los lazos se mantienen.