domingo, 16 de agosto de 2009

Dinamarca

Copenhague es tal cual las fotos de las latas de las galletitas danesas, y menos mal que así es porque así me la imaginaba, hubiera sido si no un fiasco total para mí. Hay muchos edificios que parecen castillitos, mezclados con modernos edificios de oficinas (esos no aparecen en las latas de galletas) y canales que la gente usa para deportes acuáticos y chapuzones en días con temperaturas que a los sureños nos parecen días frescos de otoño. Basta con vernos la ropa (y por supuesto que las caras) para adivinar que somos de tierras con veranos más calientes.

Destaco el barrio Christiania como particular, barrio amurallado que se considera ajeno al resto de la ciudad y al país, al salir de él se lee “usted está entrando en la UE”. Tiene historia y fama de barrio hippie, pero de los hippies originales no queda nada, hoy es un barrio de okupas que no permiten sacar fotografías, porque acá sí, a diferencia de la zona roja de Amsterdam, la ilegalidad es ilegal y el ambiente pesado. Carla, como siempre en la luna, no leyó los miles de carteles que decían “no photo” y sacó un par. Un tipo, furioso, le gritó y le tiró la botella de agua de plástico que estaba tomando, con tal mala puntería que me atinó a mí, y la obligó a borrar las fotos de manera bastante violenta. Entiendo que Carla estaba en total infracción, pero hay formas y formas… como dije, de barrio hippie amor y paz no queda nada.

No tenía grandes expectativas de Dinamarca para la arquitectura moderna, y fueron superadas con creces. Los precios son ridículamente caros, pelea con Jordania el puesto al país más caro del viaje. Siempre se puede superar un récord, pero espero que no haya más competidores en lo que me queda del viaje.

Como buena sureña, tengo la tendencia a creer en la relación de proporción directa norte-civilización. Me llevé dos sorpresas: la primera, el tránsito es desordenado y mal señalizado. Mejor dicho, mal pensado, un auto puede doblar mientras otro circula derecho en la dirección contraria y cosas del estilo. Ellos parecen funcionar bien, y nos tocan bocina si dudamos un segundo (en serio, un segundo) frente a señales de tránsito que atentan contra nuestro instinto y sentido común. La segunda, dos camionetas fueron víctimas de robos, les rompieron ventanas en plenas zonas céntricas y se llevaron mochilas, una de ellas sólo con ropa, otra con dinero… y un pasaporte. Sin comentarios, lo que importa es que el damnificado logró tramitar a tiempo un nuevo pasaporte y una nueva visa rusa.

Lamentablemente, sólo Copenhague como ciudad y sólo dos días de tiempo es lo que pude dedicar a Dinamarca. Para poder salir del país, fue necesaria una redistribución. Rusia o no Rusia, esa es la pregunta. Al mejor estilo Hamlet (y como coincidencia, estando en su tierra natal), nos preguntábamos eso unos a otros para encontrar la forma en la cual los que no fueran a Rusia pudieran quedarse sin cruzar a Finlandia, porque ferry de ida y vuelta sobrepasaba el presupuesto, y más de una semana clavados en Finlandia sin retorno no daba. De los cuatro que íbamos a Rusia, Paula se acomodó en la camioneta de Pablo y los chicos, y nosotros nos intercambiamos Nico, Lore y yo por Alejo y Nati para llegar nosotros al ferry y ellos quedarse y quizás hacer Noruega y ver los fiordos. Nos reencontramos a nuestro regreso de Rusia, en Helsinki.


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